Benidorm, espectáculo de exceso

Benidorm es un escenario tan extremo como fascinante. Al norte de la ciudad, los turistas británicos han hecho suyo un rincón entero, donde incluso han levantado su propio pub: Candemtown, una réplica emocional de Londres bajo el sol inclemente del Levante. Este enclave, junto con las hordas madrileñas que llevan veraneando aquí casi un siglo, hace de la ciudad un mosaico de apropiaciones veraniegas.

El calor es asfixiante. El agua del Mediterráneo, lejos de refrescar, parece un caldo espeso. No sólo el cambio climático ha calentado estas aguas: el turismo masivo ha hecho lo suyo. Y sin embargo, basta con sentarse a mirar para que todo cobre sentido. Benidorm se observa como quien mira una comedia de verano: absurda, saturada, pero viva.

Las noches son puro exceso: alcohol, música, cuerpos en tránsito. Al amanecer, el eco de esa borrachera aún flota en el aire, se nota en el ritmo lento de los que van al mar como si buscaran redención.

Junto a la línea de costa, nuevos rascacielos compiten por tocar el cielo. Algunos, entre los más altos de Europa, han atraído a nuevos habitantes del Este: rusos, ucranianos, búlgaros… La postal vertical de Benidorm se ha redibujado para incluir a quienes buscan lujo frente al mar.

Este lugar, por contradictorio que sea, nunca deja de entretener.

Benidorm, 2022