Hong Kong

Mi experiencia en Hong Kong fue una inmersión directa en una ciudad de contrastes extremos y ritmos vertiginosos. Me alojé en Kowloon, junto al paseo de las estrellas, un enclave que me permitió moverme fácilmente entre los grandes iconos urbanos y los espacios más cotidianos y vividos. Desde el primer momento, los desplazamientos por ferry, tranvía y autobuses me ofrecieron perspectivas diversas del entramado urbano y de sus habitantes.

Recorrí zonas como Nathan Road, Mong Kok, el distrito financiero de la isla de Hong Kong o el mirador de Victoria Peak. Subí a rascacielos, caminé por mercados y calles saturadas, y me perdí en rincones donde lo urbano se funde con la naturaleza. También visité el templo Wong Tai Sin, el barrio Soho y exploré la isla desde sus playas hasta sus carreteras más estrechas.

Uno de los momentos más significativos fue el encuentro con las llamadas “viviendas jaula”, donde pude comprender desde dentro las duras condiciones de quienes habitan estos espacios mínimos. Fue un contraste brutal respecto a los enormes centros comerciales, los yates de lujo o los paisajes de postal desde las alturas. Esta dualidad entre lo espectacular y lo precario marcó profundamente mi mirada durante todo el viaje.

A lo largo de los días, el calor asfixiante, la densidad humana y la mezcla entre tradición y modernidad crearon un entorno visual tan intenso como abrumador. Pude observar cómo los antiguos elementos van desapareciendo, cómo la ciudad resiste y se reinventa, y cómo sus habitantes construyen rutinas entre la espiritualidad, la velocidad y la supervivencia.

El viaje terminó bajo la amenaza de un tifón que finalmente solo se mostró como viento y lluvia. Aun así, esa tensión final pareció simbolizar el vértigo de todo lo vivido. Al volver a casa, sentí que había atravesado un espacio suspendido entre el documental y el sueño. Una ciudad que no se detiene y que, inevitablemente, deja huella.

Hong Kong, septiembre 2024